En oposición a los sincretistas
desarrolla Pablo el papel cósmico del Mesías (insinuando en 1 Cor 2,8; 8,6; 2
Cor 4,4; Gál 4,3.9; Flp 2,10), que supone su primacía en todo orden, incluso
por encima de los seres supramundanos (1,16), llamados elementos del mundo
(2,8.20); su muerte y triunfo los ha destituido, liberando a la humanidad de su
influjo (2,15.20).
Pablo adopta, sin duda, algunos términos
usados por la secta, como el llamar a Dios "la Plenitud total" (1,19;
2,9), y niega que el hombre tenga que recurrir a los elementos del mundo para
obtener su plenitud; sólo el Mesías, en quien habita la plenitud total, puede
darla (2,10) y de hecho la da al que lo acepta como Señor (2,10.6).
Debido a la tendencia gnóstica de
los nuevos maestros, abunda la carta en términos que indican conocimiento (1,9;
2,3; 3,10) y para combatir el falso esoterismo propone al Mesías como
"secreto" o "misterio de Dios" (1,26; 2,2; 4,3).
Los doctores pretendían obtener la
plenitud con observancias externas que pretendían congraciarse a las fuerzas
supramundanas (2,8.16-23); Pablo opone la plenitud que da el Mesías, que
empieza por una renovación interior del hombre (2,11) y continúa por una
asociación a la vida misma de Jesús (2,12-13), declarando que la ascética es
impotente para renovar al hombre (2,23). Para el cristiano el centro no está en
este mundo, sino en Cristo (3,1-2); ése es su punto de vista.
El resultado de la renovación
efectuada por Jesús Mesías es la nueva calidad de las relaciones humanas,
opuestas a las que rigen en el mundo (3,5-17), desapareciendo las barreras
entre los hombres (3,11).
El mensaje de esta carta para el
presente es múltiple. En primer lugar, que el cristiano y el hombre ha de
liberarse de toda sujeción a los determinismos del mundo, sean al estilo
antiguo, como los citados en la carta, como al estilo moderno, basados en la
psicología, sociología o condiciones económicas: el hombre ha de aspirar a ser
libre y verificarlo en cuanto pueda y, en consecuencia, ha de rechazar la
imposición de observancias externas que canalicen o coarten su personalidad según
moldes fijos.
Se encuentra también un criterio
para distinguir las falsas ascéticas: la autosuficiencia, el egocentrismo, la
introversión. Ascesis que no se abre a los demás, sino que se encierra en sí
misma, no es cristiana. Una autodisciplina es necesaria (1 Cor 6,12; 9,24-27),
pero individual, bajo la guía del Espíritu (Gál 5,16.24) y la ascesis por sí
misma no tiene valor alguno (2,23) ni hace crecer al hombre (2,19).
Encontramos de nuevo la distinción
entre la Ley y evangelio: la Ley propone la perfección y salvación como fruto
de la observancia de normas exteriores; el evangelio, en cambio, pone la
renovación en lo interior, y es la obra de Dios por medio de Cristo: la vida es
respuesta alegre de fe y amor mutuo, a la luz de la esperanza (1,3-5), aun en
medio de la dificultad (1,11-12).
La misión cristiana en el mundo
puede también encontrar una expresión en esta carta; consiste en decir a cada
hombre que el Mesías le pertenece. Por su parte la función del apóstol en la
Iglesia es hacer cristianos cabales o maduros (1,27-28).
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